Los Gestores Administrativos ante el colapso administrativo por el COVID-19

Allá por junio de 1998 asistía a mi tercera reunión de Junta de Gobierno del Colegio de Gestores de Málaga como vocal. En la sala había un reproductor de vídeo y un pequeño televisor, tenía en mente de hace tiempo explicar de forma jocosa a mis compañeros algunos defectos del funcionamiento  de la Administración, así que llevé una cinta en VHS sacada de mi colección y les mostré un fragmento de la película de animación contenida en la cinta.  Era la famosa escena de Astérix y Obélix danto tumbos en la prefectura romana en “Las doce pruebas” tratando de presentar el formulario A-38 y aprovecho para rendir homenaje al gran Albert Uderzo, que nos dejó el pasado mes de marzo.  Pasamos un momento divertido a costa de eso, una animación infantil, una caricatura. Lo preocupante es que todas las personas que conozco y que han opinado sobre el parecido con la realidad que muestra esa película de dibujos lo califican en una escala que va desde lo razonable a lo clónico con un pronunciado sesgo estadístico hasta esta última valoración.

La revolución informática ha cambiado nuestra forma de trabajar. Veníamos de la Universidad sin conocimiento alguno al respecto, que se dejaba a las incipientes carreras técnicas a finales del siglo pasado. De forma autodidacta o empleando nuestro tiempo y dinero en formarnos, tuvimos que hacernos con los secretos del BASIC, el MS-DOS, los floppys, el  Mailmerge, el WordPerfect, las impresoras de impacto de papel continuo  y las conexiones de internet.  La administración se nos abría en formato 2.0, 3.0 y  cada vez más rápido, como digo en broma, hasta el infinito y más allá punto cero. El aprendizaje fue duro, muchas horas de llegar tarde a casa haciéndonos con el funcionamiento de las redes, una evolución vertiginosa de manera que cuando conseguíamos dominar  una versión de un programa, ya no nos servía porque había aparecido otra más actual que obligaba a empezar desde el principio. De todos modos con mucho sacrificio adaptamos nuestros despachos, contratamos a informáticos y nutrimos las plantillas de jóvenes profesionales criados en el mundo de las nuevas tecnologías. Al fin y al cabo era menos cansado para los músculos perderse en una pantalla de 15 pulgadas que en un edificio de siete plantas y parecía que nos acercábamos a la tan ansiada ventanilla única desde nuestra oficina dejando para siempre los tampones y los tinteros como piezas de museo.

La crisis en todos los sentidos provocada por el COVID-19 nos ha puesto en una nueva realidad, en las últimas semanas son numerosos los medios en prensa escrita, digital, radio y televisión  en los que la noticia es el clamor de la queja de los ciudadanos hacia el funcionamiento de la Administración. La atención presencial mermada, el funcionamiento de las redes colapsado, y el público acuciado por los problemas habituales y los sobrevenidos.

En la escuela, cuando estudiábamos Literatura, nos contaban que Larra se voló la cabeza de un tiro, pero este lamentable panorama nos dice que está más vivo que nunca doscientos años después, ya no tenemos a un funcionario al otro lado de la ventanilla, pero lo de volver mañana se repite día a día como en la película del Día de la Marmota sin fin, porque las soluciones que la Administración nos ofrece para resolver los trámites de manera virtual no funcionan. Durante años crecimos profesionalmente con el complejo de no saber el manejo de la novedad, éramos  muy torpes, no sabíamos, no estábamos preparados, nos decían. Pero ahora tenemos a personas jóvenes y preparadas y los trámites siguen sin cumplirse satisfactoriamente y en tiempo razonable, ¿no será que es la Administración la que no funciona?

Diseñar una Administración eficiente en una nación moderna y desarrollada debe ser una tarea titánica. Si las dificultades de las circunstancias suponen un obstáculo a esa tarea y los gobernantes tienen que dedicar todo su empeño en poner los medios para superar la adversidad, esperamos que tengan la humildad de reconocer que están superados, que necesitan ayuda de alguien, esa ayuda que en este marco sólo los Gestores Administrativos podemos prestar. Tenemos los medios, pero necesitamos la confianza de la Administración, debe confiar en nosotros al igual que durante años hemos confiado en ellos, si no creyéramos  que nuestro país  necesita  un orden  y un control en el devenir de la relación de los ciudadanos con la Administración, esta profesión no tendría sentido, estaría muerta.

Por nuestra parte estamos dispuestos a ofrecer lo que razonablemente nos exijan, que nos auditen, que nos establezcan normas de calidad, pero que nos abran las puertas, que nos faciliten la potestad representativa mediante el mandato del ciudadano que delega en nosotros. Parafraseando a nuestro paisano Cánovas, no nos enfada que nos pidan, sino que nos nieguen.

Este es el momento, esta es la oportunidad, queremos ser servidores del administrado y por ende colaborar con la Administración, pero necesitamos que nos den la confianza como vía de escape a la congestión de trámites. Por el bien de todos.

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