En memoria de Andrés Cobos, amigo y maestro

Tener un hijo, plantar un árbol, escribir un libro

Por José M. Casero

Hay quien atribuye la frase a José Martí, el autor de la letra de “Guantanamera”, aunque parece que su origen se remonta a un relato profético de Mahoma. Es lo cualquier persona debía hacer en vida para preservar el planeta, casa de todos, hacer perdurar a la especie y dejar una impronta personal en los tiempos en que para que cualquier testimonio quedase como prueba material no había otra que plasmarlo negro sobre blanco. A todo aquel que lea estas palabras le invito a hacer una pequeña prueba: repasen sus listas de contactos en Facebook o WhatsApp y traten de identificar a los que tengan conocimiento de haber cumplido las tres metas. A no ser que formen parte de círculos literarios, académicos, de investigación científica, de alta docencia o de excelencia profesional, apuesto que serán pocos, muy pocos quienes lo hayan conseguido. En mi caso unos de esos muy pocos es mi amigo y maestro Andrés Cobos Azuar, nos dejó y me dejó con una desolación que pocas veces recuerdo haber sentido.     

Uno de los tesoros más preciados que Manuel Casero Vilaret me dejó en herencia fue poder gozar de la amistad de un grupo de hombres y mujeres irrepetible, una verdadera familia que constituía el Colegio de Gestores Administrativos de Málaga y que aún perdura. Andrés supone sin duda un espacio escrito con letras de oro en esta institución. Fue pionero por su conocimiento de idiomas extranjeros, algo tan necesario para atender a nuestra clientela en nuestra querida Costa del Sol. Profesional polivalente, profesor mercantil, agente de la propiedad inmobiliaria, administrador de fincas además de gestor administrativo. Como tal ejerció en Málaga, Arroyo de la Miel y sobre todo en Nerja. Con su buen hacer y su don de gentes se ganó amigos de todo el mundo. Hombre de vastísima cultura, supo compartir y transmitir como nadie ese conocimiento de la profesión. Horas de tertulias y cursos compartidos y transmitidos a compañeros de su generación y sobre todo a los jóvenes que nos impregnábamos de su sabiduría en la antigua Sala de Juntas o en el Salón de Actos Alfonso González. Y cómo no, su obra “Manual alfabético del Impuesto sobre Sucesiones y Donaciones” del año 2000, cuyo volumen guardo con todo cariño en mi biblioteca.

 Aún en el pasado mes de diciembre pudimos compartir maravillosos momentos en la copa de Navidad que el Colegio ofreció en el Hotel Larios. No puedo expresar con palabras el subidón de alegría que me daba cada nuevo encuentro. Los recuerdos se me agolpan, fueron tantas horas en la sede colegial, en los San Cayetano, en las extintas Jornadas del Mediterráneo (“organizar todo esto es muy bonito”, me decía cuando la celebramos en Málaga en 2005). Se nos ha ido físicamente, pero queda su obra y su recuerdo, nos queda María José, compañera de hace años en la Junta de Gobierno, que sigue su ejemplar trayectoria y que me confirmó que efectivamente también plantó un árbol. No tuvo un hijo, pero sí dos hijas, María José y Trini que han formado familias maravillosas. Quiero acabar mencionando entrañablemente a Trini, su esposa.

¡Cuántas veces me dijo “Jose, algún día hay que organizar algo en el Colegio para reconocer el apoyo de nuestras mujeres y maridos a los que tantas horas les debemos.”!

Y no puedo estar más de acuerdo, Andrés, amigo y maestro.

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